A la generación aspiracionista: despedida de una normalista
Hace un año que culminamos nuestros estudios en la escuela Normal Superior “Prof. José E. Medrano R.”, hoy nos animamos a mirar en retrospectiva nuestro curso por el normalísimo y podemos percatarnos de que el camino recorrido ha sido fructífero, lleno de aprendizajes y dotado de experiencias.
Ingresamos a sabiendas de la crisis magisterial y contra pronóstico, decidimos enlistarnos en las filas normalistas. Llevábamos en nuestro equipaje como únicas pertenecías, tres cosas: la certeza de una vocación, nuestras ganas de velar por la justicia y el alma que anhelaba poder darle vida a un aula.
Así, cada uno de nosotros se adentró en esta aventura con las pocas o muchas pertenencias que la vida les había obsequiado. Estas nos acompañaron durante el viaje que nos llevó cuatro años de nuestra historia. Ciertamente se nos había dicho que la docencia era una profesión muy noble, pero nadie nos advirtió lasitud que se avecinaba.
En varias ocasiones, para no acudir al desánimo, tuvimos que abrir nuestro equipaje y acariciar las tres prendas con las que nos embarcamos.
En agosto del 2019, cuando nos quedaban un par de semestres para dar término a nuestra carrera, comenzamos a visualizar como pretendíamos nuestro gran día: una ceremonia elegante, un merecido baile de clausura, una titulación al nivel de nuestro esfuerzo.
Luego, en medio de la idealización, estalló una pandemia. Quién iba a decir que nuestro más grande y mejor maestro sería un virus. Tuvimos un tiempo caótico, pero privilegiado para aprender, no precisamente teorías pedagógicas, conceptos curriculares o estrategias didácticas, sino que aprendimos significaciones más importantes: las de la existencia misma. Fue un tiempo predilecto para educar la paciencia y admirar la solidaridad del ser humano.
¿No les parece esto la lección magistral?, al final ha tenido que ser una enfermedad y no un maestro (como yo imaginaba que sería), quien nos enseñara la esencia más pura de nuestra profesión: velar por la educación nuestros alumnos a toda costa. Hoy revisamos nuevamente ese equipaje y lo descubrimos vasto de satisfacciones, lecciones intrincadas, eventos inesperados, aprendizajes invaluables, horas de letargo y días fecundos donde nuestra palabra fue instrumento poderoso para expandir los horizontes de otros. Descubrimos también nuestra vacación agrandada, nuestra sed de justicia aumentada y el alma más animosa que nunca, porque encontró donde sembrar las semillas de la esperanza.
No soy afecta a las despedidas sentimentalistas, ni me gusta recurrir a frases gastadas para desear el éxito que, en definitiva, no llegará solo, sino que nosotros hemos de construir. Hoy solo quiero externar mi admiración y respeto por cada uno de ustedes, profesores, colegas a quienes puedo estrechar la mano con gran satisfacción y decirles con toda certeza que somos la generación decisiva, los maestros aspiracionistas somos los libertadores de nuestro tiempo, encabezamos la lucha para reivindicar la educación de un país lastimado al que pretenden obligarle a permanecer en el conformismo. Añoro que la ignorancia propia y ajena jamás nos sea indiferente, los adolescentes que hoy vagan nuestras calles sin esperanza en el futuro también son hijos nuestros, porque la Patria nos los ha confiado. Quizá suene utópico, quizá somos idealistas, ¿Pero clase de maestros seríamos sí no soñáramos? La historia nos pedirá que le rindamos cuentas y espero que cada uno de nosotros podamos escribir con orgullo en ella los frutos de nuestra vocación. Esto no es el final del camino, es el inicio de uno nuevo.
¡Qué el aspiracionismo nos acompañe siempre!
Por: Lic. Juliana Vega Soltero.