UN ARBOL VIEJO LLAMADO MÉXICO
Y para ti, ¿Qué es México?
Columnista: Oswaldo Sandoval Lazcano. Estudiante de la Escuela Normal Superior Prof. José E. Medrano.
Suele suceder, que el hablar de México es un poco complicado. Y es que, este país ha pasado por tantas cosas que, para poder entenderlo, así como a su gente, es necesario retroceder y ver los orígenes. Por eso a México lo veo como un gran árbol viejo, de aquellos que la gente no sabe cuándo empezó a crecer o quién lo plantó, como si su mera existencia estuviera permanentemente ligada a la quietud de la tierra. Y en ese árbol, habitamos en sus hojas magulladas y la historia de nuestro pueblo se tuerce y enreda como las ramas del mismo. Para entendernos, sería necesario descender y escarbar en las raíces.
Y las raíces de México tienes manchas. Manchas de sangre. Que se remontan al México precolombino, donde las rivalidades entre el poderoso imperio mexica y el humilde pueblo tlaxcalteca hicieron explotar la zona en grandes guerras. Después vinieron los españoles, disfrazados de dioses. Engañaron a los mexicas con ayuda de sus rivales (los cuales, más tarde, tendrían el mismo destino) y aquel reino, que parecía tener el mundo a sus manos, sucumbió. Pasaron muchos años donde el choque cultural entre dos continentes tan distintos dio forma a una identidad distintiva, casi única en el mundo. Sin embargo, el siguiente gran cambio sucede un 16 de septiembre de 1810, cuando con música de campanas y cañones, miles de hombres y mujeres clamaron la libertad por un país que vivió en miseria y esclavitud por trescientos años.
Un siglo después, el mexicano se vuelca contra el hermano, hay revolución y derramamiento de sangre, líderes en el centro, en el norte y en sur; traiciones y logros.
Ya pasó más de un siglo y todavía me pregunto: ¿Qué es México?
México, es un misterio. En sus montañas, sus flores, el olor de la comida y el brillo en la mirada de los que viven aquí. México, es risa. Nos reímos de todo, hasta de la muerte, por eso la celebramos, la cantamos y hasta tenemos el descaro de disfrazarnos de ella. Decía Carlos Fuentes que para él le era imposible escribir una novela completa en México, porque en México la gente platica mucho, bebe mucho y come mucho; tanto que, una reunión de amigos se tardaba horas y nunca faltaba aquel insistente que no le dejaba irse. Es tanta la vida que exudan los mexicanos, que para Fuentes no le daba tiempo de escribir un libro largo.
México es sonido. El sonido de un gallo que canta en las mañanas, el sonido de un río que corre por el campo, el sonido de los quetzales (pájaros de cuatrocientas voces, como recitaba Netzahualcóyotl) en las selvas húmedas, el sonido de un mariachi llevando serenata, el sonido de las manos de las tortillas amasándose en las manos de las mujeres o el sonido de las palmadas en la espalda cuando dos amigos se dan un abrazo. Pero México también es una guerra, porque, incluso en este siglo, continuamos lidiando con el derramamiento de sangre. Nuestro propio himno nos lo dice y nuestra historia lo confirma, que a lo largo del tiempo hemos cargado una serie de conflictos en donde siempre está presente una fuerza superior sobre otra más débil. A veces, incluso, tenemos conflictos con nosotros mismos, porque el mexicano tiene muchas caras, muchas pieles, muchas lenguas. Todas igualmente aceptados, sin embargo, nuestra sociedad le cuesta ver más allá de la imagen de un hombre blanco o una mujer blanca. Eso plantea guerras internas en muchas personas, y son guerras que se viven en silencio. México es muchas cosas que ni siquiera podemos descifrarlo en una sola. Para mí, sigue siendo un gran árbol viejo, al que estoy ligado (igual que muchas personas). Es, sencillamente, un árbol viejo que ha vivido tanto tiempo que parece que nació con el mundo; y, a pesar del tiempo, se mantiene fuerte, resistente, vivo.